"Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él, salió corriendo a su encuentro, lo abrazo y lo beso", Lc 15:11-32
Esta parábola podría llamarse la parábola del Dios amoroso. El verdadero énfasis está en Dios porque es una parábola que trata sobre su amor.
Dios nos dio el don de la libertad. El quiere que las personas sean libres y libres para amar.
La elección puede implicar alejarse de su corazón y sus valores, pero el amor de Dios nunca se detiene, nunca pierde el corazón y siempre nos da la bienvenida para celebrar.
“¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidare! Grabada te llevo en las palmas de mi mano” (Isaías 49:15-16).
Nos encontramos con la autoridad de su compasión
Los pecados de todo ser humano penetra su corazón. Desde ese profundo lugar el amor abraza todo el dolor humano. Este es el Dios en el que creemos, que ha extendido sus brazos con misericordia. Su deseo es bendecir.
Nos encontramos con un Dios que nos enseña como amar
Su amor supera nuestra manera de cómo pensamos que debemos ser amados.
¿Cómo es nuestra historia?
El corazón de Dios no está dividido. Su amor es invariable y permanece. No tenemos que ganarlo o conquistarlo. Dios ama, perdona y acepta. Dios se enfoca en la celebración e invita con amor eterno a estar en casa. Nos revela nuestro ser interior y nos invita a ser mansos y humildes de corazón.
Dios no quiere que perdamos los sueños y la alegría. Dios no para la fiesta y nos llama a tener su corazón: “Sed pues misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. Sean compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lucas 6:36).
Él es un Dios de gracia, su amor es amplio y nos da un regalo que no merecemos. Dios en la persona de Jesucristo expresa cual debe ser nuestra vocación en la vida: "Misericordia quiero y no sacrificio"
Dios es un Dios que no se esconde. Es la historia del amor que siempre estuvo antes de cualquier rechazo y que sigue presente después de los rechazos. Dios nos invita, da la bienvenida y lo quiere celebrar.
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