"La verdadera luz que ilumina a todos, venía al murndo." (Juan 1: 9 CSB). La luz es poderosa. Nos ayuda a ver las cosas con claridad, es un símbolo de esperanza y verdad. Sin eso vivimos en la oscuridad: tropezando, chocando, desesperados y asustados sin rumbo.
Juan describe a Jesús como la luz verdadera. Sin duda hay otras luces. Miles de millones de personas encuentran formas de vivir y hacer frente a la oscuridad sin Jesús. Pero Juan dice que Jesús es la luz verdadera. Por cierto, él quiere decir que Jesús es la verdadera y última luz.
Ahora bien, si Jesús es la luz verdadera, entonces no podemos escondernos. Somos responsables ante alguien. Jesús ilumina nuestro lugar oscuro, sopesa nuestros motivos y nos llama. Él tiene el derecho de decir lo que es bueno y lo que es malo en nosotros ... y juzgarnos en consecuencia. La alternativa correcta es darnos cuenta de que solo en Jesús podemos realmente vivir. No podemos experimentar la vida en todo su esplendor, con significado, alegría, amor y seguridad, sin Jesús. Lo necesitamos. Él es la luz verdadera.
Jesús nos presenta una decisión incómoda. ¿Nos acercaremos a la luz? ¿Vendremos a él y estaremos expuestos?, ¿Confesaremos nuestros pecados y viviremos en la luz? ¿O seguiremos escondiéndonos, horrorizados por la audacia de Jesús de hacer un reclamo tan exclusivo sobre nuestras vidas y permanecer en la oscuridad?
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