jueves, 19 de noviembre de 2020

SER LO QUE SE ES Y NO LO QUE SE HACE

 SER LO QUE SE ES Y NO LO QUE SE HACE

Un día en la vida de Jesús podía ser muy extenuante: en la mañana iba a la sinagoga, después a la casa de uno de los discípulos para sanar a un familiar; en la tarde recibía decenas de enfermos que pedían que los sanara, increpaba a los demonios, además de otras actividades que los Evangelios no cuentan en su totalidad. Días fatigados, pero dichosos, al servicio del bien y combatiendo el mal.
Al final, ya en la noche, cuando el gentío no estaba, ni se oían los ruegos; cuando la noche entraba en calma y ya algunos dormían, Jesús se retiraba a un lugar solitario. ¿Para orar? Quizá sí, o solo para descansar. Para encontrarse consigo mismo y tomar distancia de lo que había hecho. Para cultivar el arte sereno de recordar que él no era lo que hacía; que su identidad sobrepasaba sus acciones. Allá, sólo, sin sus discípulos, ni la muchedumbre, él era lo que era.
Por esto podía salir de un lugar e irse con pasmosa tranquilidad hacia otro. Aunque le rogaban que se quedara, él se iba diciendo que su labor debía cumplirse también en otros lugares.
Ni la admiración que le tenían, ni la fama que ganaba, ni las victorias obtenidas lo retenían. Era un ave libre, que no se dejaba atrapar en las jaulas del triunfo. Era lo que su Padre le había dicho que era, “hijo amado” (Mt.3:17). Esta era su identidad. Su persona era más que su personaje. Porque era lo que era y no lo que hacía.
LUCAS‬ ‭4:38-44‬
“Al salir de la sinagoga, Jesús fue a casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma, con fiebre muy alta, y rogaron a Jesús que la curase. Jesús, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y la fiebre desapareció. La enferma se levantó inmediatamente y se puso a atenderlos. A la puesta del sol, llevaron ante Jesús toda clase de enfermos, y él los curaba poniendo las manos sobre cada uno. Muchos estaban poseídos por demonios, que salían de ellos gritando: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero Jesús los increpaba y no les permitía que hablaran de él, porque sabían que era el Mesías. Al hacerse de día, Jesús salió de la ciudad y se retiró a un lugar solitario. La gente estaba buscándolo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para impedir que se fuera de allí. Pero Jesús les dijo: Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios, pues para eso he sido enviado. Y andaba proclamando el mensaje por las sinagogas de Judea.”
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Foto de Gilbert Lennox


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