Obreros de paz
“Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios” Mateo 5:9, RV60
El tradicional concepto cristiano de paz es ausencia de conflicto. En vista de ello, y según muestra el pasaje que nos sirve de referencia, los pacificadores son aquellos que no tienen conflicto con nadie. Bienaventurados los que carecen de conflicto. Felices los que no se meten en líos con nadie. Obviamente ésta es una mirada incompleta de la paz. Es lo que el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer llamaría: “paz barata”.
Escuche cómo Dios recrimina a su pueblo a través del profeta Jeremías. “…desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz”. (Jer. 6:14, RV60)
La ausencia de paz en la otrora ciudad de Jerusalén se debía a la violencia, la maldad, los robos y las injusticias que sufría el pueblo (lea con atención Jeremías 6:6-7). En un contexto así es imposible tener paz, aunque fuera el profeta o el sacerdote quien a viva voz la promoviera.
“No hay paz en un contexto de injusticia”.
“No hay paz donde hay hambre”.
“No hay paz donde hay desigualdad social”.
“No hay paz donde faltan oportunidades para la educación de todos”.
“No hay paz donde no hay bienestar general”.
“No hay paz donde hay explotación, falta de libertad, miseria, sufrimiento, enfermedad, etc.”
De acuerdo a este concepto más amplio de paz, el shalom de Dios, entonces debemos pensar en que los pacificadores a los que Jesús se refiere en su bienaventuranza son aquellos que trabajan por establecer la paz, es decir, por crear las condiciones necesarias para que exista paz entre los hombres y, en consecuencia, trabajan por quitar los obstáculos que la impiden (injusticia, hambre, explotación, corrupción, mentira, fraude, violencia, etc.).
“Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.
Ante esta definición amplia de paz, podemos decir con toda certeza que Juan el Bautista fue un pacificador, aunque confrontó duramente a las autoridades de su pueblo (Lc. 3:7-14). Jesús fue un pacificador aunque condenó la injusticia y mostró un camino nuevo y justo a seguir (Mt. 10:34). El apóstol Pablo fue un pacificador aunque creaba disturbios en casi todos los lugares que visitaba (véase por ejemplo: en Filipos, Hch. 16; en Atenas, 17:15). Es válido preguntarse, en el caso de estos tres ejemplos de pacificadores: ¿Cómo acabaron sus días terrenales?
Permítame preguntarle, ¿es usted un pacificador según este segundo concepto que complementa al anterior? ¿Qué estamos haciendo por lograr la paz en nuestro país? ¿Qué estamos haciendo para evitar las injusticias y mentiras que nos rodean? ¿Somos agentes de paz en nuestro vecindario, en nuestro lugar de trabajo, en nuestra propia casa? ¿Estamos dispuestos a ser pacificadores al estilo de Juan, Jesús y Pablo, aunque eso nos lleve a la confrontación o a la pérdida de esa paz barata y pasajera? Registremos nuestro nombre al de innumerables obreros que trabajan incansablemente por la paz desde el lugar donde Dios los ha puesto. Ellos y nosotros somos llamados hijos de Dios.